Los Manantiales

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Renovación para el alma

martes, 15 de diciembre de 2009

Carta A Un pastor Que Sufre. (Primera Parte)

Muy amado hermano pastor:
Nuevamente he vuelto a recibir noticias suyas. Nuevamente ha vuelto a abrir su corazón ante mis ojos por medio de una carta. Y yo la he leído ávidamente aunque, debo confesarlo, no sin mucha preocupación. Puedo percibir cómo está tratando el Señor con su corazón y mucho me temo que no pueda resistir usted el tratamiento divino. Temo que el corte de algunas ramas precipitadas a tierra por la eterna sabiduría del Labrador Celestial, y la forma cómo este lo hace, sean eventos cuyos fines puedan no ser comprendidos por usted que atraviesa una etapa de crucial crecimiento. Por eso, vuelvo a escribirle con la esperanza de ayudarle a transitar la senda de preparación divina. Y lo hago también con mucho cuidado sabiendo que Dios está tratando directamente con su vida. No seré yo quien interfiera tan sagrado tratamiento, conociendo, sobre todo, que Dios es celoso en el trato con Sus siervos.
Por eso, he orado y le he pedido a Él que me conceda la gracia de poder escribirle a usted las palabras que puedan alentarlo en este momento.
Me escribe en su carta acerca de un incidente que le ha ocurrido recientemente y del cual no ha querido darme mayores detalles. Parece ser que alguien ha hecho un comentario incierto acerca de usted y muchas personas, incluyendo varias de las ovejas que pastorea, lo han creído.
“¿Cómo es posible, me escribe, que una infamia tan grande pueda ser creída por aquellos que me conocen desde hace tanto tiempo?…”
“Si una calumnia tan grande sobre mí fuese creída por la gente del mundo no me afectaría tanto. Lo que más me duele es que la crean personas por quienes he estado dispuesto a dar mi propia vida”…
“Tampoco entiendo porqué el Señor no me ha cubierto, sabiendo que en todo he actuado con integridad”…
“Sé que tal vez algún día todo se aclare, pero temo que entonces sea demasiado tarde y mi testimonio no valga ya nada delante de los hombres”…
Fueron esas las líneas de su carta que quise rescatar para responder a sus preocupaciones. Y nuevamente quiero recurrir a la Fuente inagotable de sabiduría y de consuelo, de ayuda y de poder. Hay en ella una historia impresionantemente corta y sencilla en relación a la profundidad de aquello que quiere dar a conocer:
“También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró” (Mateo 13:45-46)
Este pasaje, atribulado amigo, se refiere específicamente al Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. El Evangelio es la perla preciosa que representa la salvación del alma humana. El mercader que se menciona en la parábola consideró que la perla hallada valía más que todo lo que él tenía, por lo cual entregó todo lo que poseía para poder adquirirla. Ese mercader nos representa a nosotros, quienes debemos dejarlo todo con el fin de alcanzar el Evangelio y con él nuestra salvación. Sin embargo, apreciado pastor, al atravesar por cierta situación similar a la suya he encontrado en la vida de una madreperla y en su hermoso fruto, la ayuda necesaria para comprender el proceso difícil que me ha tocado vivir entonces. Esa comprensión me ha hecho las cosas más llevaderas al punto de experimentarlas con gozo en mi corazón. Si es su deseo parecerse cada vez más al Señor Jesucristo, entonces una sencilla comparación entre una ostra y un cristiano le brindará una gran lección que fortalecerá su vida en las actuales circunstancias.
Quiero comenzar diciéndole que las perlas se producen en el fondo del mar y en lo más profundo de una ostra.
Esta primera característica, amado hermano, es muy importante ya que es la base sobre la cual se fundamenta un carácter templado por Cristo, una personalidad rebosante del verdadero carácter cristiano y un espíritu fuerte y controlado por el Espíritu Santo. Y estas son características esenciales que deben identificar a todo aquel que se dedica a servir en el altar, o a tomar posiciones de liderazgo en la Iglesia de Cristo.
Muchos hombres de Dios se han forjado en la oscura profundidad de una cueva, en las angustias de una prueba, en el dolor de una enfermedad, en el cansancio de persecuciones, en la tristeza de grandes sufrimientos y en la infamia de crueles calumnias. Aprendieron así a conocerse a sí mismos, a descubrir lo que había en sus corazones, a discernir las verdaderas intenciones ocultas a los ojos y pensamientos de los demás. Aprendieron así, hermano, a descubrir lo que había dentro de ellos que era un obstáculo para ejercer sus ministerios. Y cuando lograban salir de esas situaciones, salían transformados, cambiados, con un carácter que agradaba a Dios. El atractivo y piadoso carácter de los siervos usados por el Señor Jesucristo no se forma en medio de apariciones públicas, ni en medio de los aplausos y de las alabanzas de los hombres, sino en medio de los desiertos donde son llevados por el Señor.
“Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído el Señor tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos. Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre”. (Deuteronomio 8:2-3)
Se obtiene efectividad en el servicio pues al experimentar en carne propia el trato de Dios para hacernos conocer las propias intenciones del corazón, las bajezas, los engaños, las angustias que se agolpan en él, los temores y los dolores, las formas de ser tratados por Él, el camino de la fe y la providencia divina, entre otras cosas, se está capacitado para aconsejar, guiar, alentar, estimular y exhortar con propiedad y poder y no como quien solamente conoce teorías acerca de la condición humana. ¿Comprende, hermano? ¿Advierte lo que probablemente el Señor está tratando de hacer ahora con usted? ¿No fue eso acaso lo que le sucedió a Jonás?:
“En mi angustia clamé al Señor, y Él me respondió. Desde el seno del Seol pedí auxilio, y tú escuchaste mi voz; pues me habías echado a lo profundo, en el corazón de los mares, y la corriente me envolvió; todas tus encrespadas olas y tus ondas pasaron sobre mí. Entonces dije: He sido expulsado de delante de tus ojos; sin embargo volveré a mirar hacia tu santo templo. Me rodearon las aguas hasta el alma, el gran abismo me envolvió, las algas se enredaron a mi cabeza. Descendí hasta las raíces de los montes, la tierra con sus cerrojos me ponía cerco para siempre; pero tú sacaste de la fosa mi vida, oh Señor, Dios mío. Cuando en mí desfallecía mi alma, del Señor me acordé; y mi oración llegó hasta ti, hasta tu santo templo”. (Jonás 2:2-7)
Jonás nunca había tenido una experiencia tan profunda con Dios como la que vivió estando en las profundidades de las tinieblas. Allí él llegó a tener un encuentro especial con el Señor.
En segundo lugar, apreciado hermano pastor, las perlas no se forman como parte de un proceso normal o natural. Se originan como resultado de una situación anormal, indeseable, amenazante y peligrosa.
Leí acerca de que las ostras fijas en el fondo del mar, sólo abren su concha lo suficiente para filtrar el plancton de las aguas que las rodean ya que ese es su alimento. Si por casualidad una sustancia extraña, tal como un grano de arena, entra accidentalmente en el cuerpo de la ostra, esta tratará por todos los medios posibles de expulsarla ya que se convierte en un elemento irritante. Si no puede hacerlo, entonces ese grano de arena termina convirtiéndose en una perla. Y es que, aunque parezca extraño, hermano pastor, aunque una ostra pueda producir una perla, ella no está hecha principalmente para tal fin. Si usted observa un naranjo, llegará a la conclusión de que esta planta produce su fruto de una manera natural, propia, normal. Lo mismo ocurre con el resto de las plantas y con los animales. No ocurre lo mismo con una ostra.
Por eso, la perla es el resultado de un crecimiento anormal provocado por la presencia de un elemento no deseado. ¡Y esto contiene una gran lección para nosotros!
Como cristianos tenemos que entender y aceptar el hecho de que gran parte de nuestro proceso de crecimiento se encuentra lleno de situaciones embarazosas, de momentos desagradables, de hechos irritantes y eventos no deseados. ¿No cree usted que en esta lista también entran las calumnias? ¡Claro que sí! Esto forma parte de la naturaleza del Evangelio y no puede ser evadido. Dificultades, ataques, invasiones, privaciones, renuncias, muerte al yo, negación del uno mismo, disposición a tomar la cruz cada día, son, entre otras, condiciones establecidas por el Señor a todos aquellos que aspiran ser sus ministros. La plena comprensión de esto es la clave para desarrollar una vida de servicio al Señor.
Seguiré contestando su carta en la Segunda Parte.
Su afectísimo amigo,
JRF,
(Quien muchas veces pareciera no soportar el dolor de sus sufrimientos)
José Ramón Frontado
j.r.frontado@gmail.com

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