La fe de una niña
Cuando la conocí, ¡ella estaba llena de vida, de amor y de ganas de jugar! Tuvimos una conexión inmediata, ese tipo de familiaridad que se siente cuando has conocido a alguien por mucho tiempo. Ella se acostumbró a verme en la sala de juegos cada vez que era hospitalizada o cuando la visitaba en su habitación porque estaba demasiado enferma para salir de la cama. Leíamos cuentos; le llevaba pinturas, crayones y arcilla para modelar —¡queríamos crear, crear y crear!
Ahora soy una psicóloga, mas cuando estaba recién egresada de la universidad, uno de mis primeros cargos como Directora de Terapia Pediátrica de Juego fue esta niña de tres años y medio, de nombre Debbie (no es su nombre real), con diagnóstico de fibrosis quística.
En esta misma época, mi madre me mostró por primera vez La Palabra Diaria, sabía que tenía que “poner los ojos en las cosas mayores y dejar que Dios dirigiera mi camino”. Gracias a mi crianza, siempre tuve respeto por el proceso invisible del poder y el amor de Dios. Nunca supe lo fuerte que era mi fe, hasta que fue puesta a prueba atendiendo a los niños en el hospital.
Me volví alerta a las maneras cómo los niños me enseñaban acerca de la fe, el amor y su propia comprensión de Dios. Cada día era nuevo, cada experiencia impactante, mas quien preparó mi alma para las cosas que estaban por venir fue Debbie.
Y como suele suceder con los niños que padecen fibrosis quística, Debbie era dada de alta, y unas semanas o meses después, era hospitalizada nuevamente. Con el tiempo su condición se deterioró notablemente. Ella ya no podía estar en la unidad pediátrica general y fue trasladada a cuidados intensivos (UCI). Estando allí, ella pidió que yo la visitara. Decidí pasar un rato con ella para darles a sus padres, quienes no se habían alejado de ella por días, un pequeño descanso.
Mientras la sostenía en mis brazos, sentada en un sillón, ella me hablaba con mucho esfuerzo a través de la máscara de oxígeno; con sus ojos fijos en los míos me dijo: “Dile a mi madre (hizo una pausa en su respiración) y a mi padre (volvió a hacer una pausa) que voy (de nuevo una pausa) con mi madre (otra pausa) y mi padre en el cielo”. Estas fueron sus últimas palabras; sus últimos suspiros, en mis brazos. Sus señales de vida desaparecieron y las alarmas comenzaron a sonar, las enfermeras llegaron corriendo y sus padres regresaron apresuradamente.
Más tarde, tuve la tarea de darles el dulce mensaje de Debbie a los corazones quebrantados de sus padres. Yo sentí como que si ella no hubiese querido morir frente a ellos. Esta fue mi primera experiencia de estar plenamente presente siendo una presencia del amor. Tuve que cavar profundo dentro de mi propia alma para encontrar el valor de dar a sus padres la seguridad de que Debbie estaba a salvo en los brazos de Amor.
De la boca de los niños sale la verdad, y ese día me fue revelada una profunda verdad. Sorprendentemente, los padres de Debbie me dijeron que ellos nunca habían utilizado ese concepto de una madre y un padre en el cielo. El mensaje les ayudó a aceptar la muerte de su niña.
El recuerdo de esa experiencia me ha ayudado a darme cuenta de mi verdadero ser y a ayudar a otros niños. La luz de nuestro Ser superior fue el regalo que recibí de Debbie. Presencié la inteligencia Divina en acción, llevándome al umbral de lo infinito. Desde entonces, me he mantenido en el mismo umbral acompañando a muchos otros niños con enfermedades terminales según hacen su transición.
Considero que es un honor trabajar para cumplir mi propósito divino con todo mi corazón, con todo mi ser; siendo una presencia de Amor para todos los niños que confían en mí para tomar sus manos y guiarlos en su jornada a Dios.
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