Una vez escuché a un hombre que fue a Inglaterra, desde el Continente, a ver a un médico eminente y le llevaba una carta del emperador. La carta decía: “Este hombre es un amigo personal, y tememos que pierda la razón. Haga todo lo que pueda por él”.
El doctor le preguntó al hombre si había perdido algún amigo querido en su país, algún puesto importante, o qué era lo que le pasaba en la mente. El joven dijo: “No, pero mi padre, a mi abuelo y a mí nos educaron con la idea de que no hay Dios, y por los últimos dos o tres años este pensamiento me ha estado persiguiendo.
El doctor dijo: “Usted ha venido con el médico equivocado, pero le hablaré de alguien que puede curarlo”. Y le habló de Cristo y le leyó el capítulo cincuenta y tres de Isaías: “por su llaga fuimos nosotros curados”.
El joven dijo: “Doctor, ¿y usted cree eso?
El médico le dijo sí. Oró y habló con el hombre hasta que al fin la clara luz del Calvario brilló en su alma. Por fin había resuelto el asunto en su mente –sabía con seguridad en dónde pasaría la eternidad.
Y le dijo Pedro: Eneas, Jesucristo te sana;
levántate, y haz tu cama. Y en seguida se levantó.
Hechos 9:34
Tomado del Libro D. L. Moody
Editor Agenda de Dios: Olman Rímola
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