Adán y Eva no necesitaban esperanza porque tenían todo. Además, no había por qué dudar de que la vida siguiera siendo tan agradable como desde el principio, con tantas cosas buenas que Dios les había dado para disfrutar. Sin embargo, arriesgaron todo por lo único que la serpiente dijo que el Señor no les había dado: el conocimiento del bien y del mal (Génesis 2:17; 3:5). Por eso, cuando Satanás hizo su ofrecimiento, Eva cedió de inmediato y Adán la siguió sin vacilar (3:6). Consiguieron lo que querían: conocimiento. Pero perdieron lo que tenían: inocencia. Y con esta pérdida nació la necesidad de esperanza… esperanza de que se les quitara la culpa y la vergüenza, y de que el bien fuera restaurado.
Navidad es la época de la esperanza. Los niños esperan el juguete o el juego más popular y novedoso. Las familias esperan que todos se junten para la celebración. Pero la esperanza que se conmemora en esta fecha es mucho mayor que nuestros deseos de festejar. ¡Ha venido Jesús, «el Deseado de todas las naciones»! (Hageo 2:7)! Él «nos ha librado de la potestad de las tinieblas», comprado nuestra redención y perdonado nuestros pecados (Colosenses 1:13-14). Incluso hizo posible que fuéramos sabios para el bien e inocentes para el mal (Romanos 16:19). Cristo en nosotros nos da esperanza de gloria.
Y haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de todas las naciones;
y llenaré de gloria esta casa, ha dicho Jehová de los ejércitos.
Hageo 2:7
Tomado del Libro Nuestro Pan Diario
Editor Agenda de Dios: Olman Rímola
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