Un joven muchacho entró apresuradamente dentro de una estación de servicio y le preguntó al encargado si tenía un teléfono público.
El encargado asintió con la cabeza. Seguro, allí está. El muchacho introdujo algunas monedas, marcó un número y esperó la respuesta. Finalmente alguien le contestó. Uh señor, dijo con voz profunda, ¿podría serle útil un muchacho honesto, buen trabajador, para trabajar con usted?
El encargado no pudo evitar oír la pregunta. Después de unos instantes, el muchacho dijo: Oh, usted ya tiene un muchacho joven, honesto y buen trabajador? Bueno, está bien. Igualmente gracias.
Con una amplia sonrisa de oreja a oreja, cortó la comunicación y volvió a su coche, cantando eufóricamente.
Eh, permíteme un minuto, lo llamó el encargado de la estación. No pude evitar escuchar tu conversación. ¿Por qué estás tan contento? Yo pensé que el hombre te había dicho que ya tenía a alguien y no te necesitaba. El muchacho sonrió. Bueno, verá usted, yo soy el muchacho honesto y trabajador. ¡Estaba solamente controlando mi trabajo!
Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres. Colosenses 3-23
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