Un hombre cuyo barco había naufragado en el océano Pacífico, después de haber sido llevado a merced de los vientos con los despojos del naufragio, se encontró en una isla completamente despoblada. Allí se mantuvo vivo comiendo frutas silvestres y una que otra hierba. Con algunos pedazos de Madera flotante, y utilizando algunos árboles de la isla, logró construir una pequeña choza donde se alojó para protegerse del sol y de las tempestades.
Durante el día, cuando no iba en busca del precario alimento, se dirigía a la playa para ver si pasaba por casualidad algún barco. Cuando veía alguna nave en la distancia agitaba frenéticamente un paño rojo a fin de llamar la atención de la lejana embarcación. Pero los barcos seguían su curso sin darse cuenta del pequeño trapo rojo que él movía.
Un día, mientras buscaba su comida, miró hacia su choza y vio que de ella ascendía una espesa columna de humo. Corrió precipitadamente par aver de qué se trataba. Encontró su humilde vivienda envuelta en llamas y fuera de toda posibilidad de recuperación. Desesperado clamó a Dios, diciendo: “¿Cómo permitiste esto, Señor? En tu misericordia y tu justicia, ¿cómo pudiste dejar que me aconteciera esta desgracia?
¡Mi único refugio contra el sol y la tormenta era esta chocita, y ahora está convertida en cenizas!” Por largo rato se quedó sentado, lamentándose y quejándose contra Dios.
Un par de horas más tarde decidió caminar hacia la playa, y al llegar a ésta se dio cuenta de que un barco se había detenido cerca de la isla. La nave había lanzado al agua una pequeña lancha en la cual venían dos hombres. Cuando llegaron a tierra, el náufrago les preguntó cómo habían logrado ver el trapo rojo que él sacudía, el mismo que tantos otros barcos no habían visto. El capitán, que era uno de estos dos hombres, le explicó que ellos tampoco habían visto ningún trapo rojo; pero que venían porque habían creído que el humo era una señal producida por alguien que pedía auxilio, y que con gusto estaban dispuestos a prestar la ayuda necesaria.
A veces, cuando nos encontramos postrados por alguna enfermedad o aflicción, como el náufrado, nos quejamos contra Dios porque aparentemente nos ha desamparado. Pero en más de una ocasión, la poderosa mano divina está justamente a punto de concedernos la ayuda que tanto necesitamos. Confiemos en Dios.
Durante el día, cuando no iba en busca del precario alimento, se dirigía a la playa para ver si pasaba por casualidad algún barco. Cuando veía alguna nave en la distancia agitaba frenéticamente un paño rojo a fin de llamar la atención de la lejana embarcación. Pero los barcos seguían su curso sin darse cuenta del pequeño trapo rojo que él movía.
Un día, mientras buscaba su comida, miró hacia su choza y vio que de ella ascendía una espesa columna de humo. Corrió precipitadamente par aver de qué se trataba. Encontró su humilde vivienda envuelta en llamas y fuera de toda posibilidad de recuperación. Desesperado clamó a Dios, diciendo: “¿Cómo permitiste esto, Señor? En tu misericordia y tu justicia, ¿cómo pudiste dejar que me aconteciera esta desgracia?
¡Mi único refugio contra el sol y la tormenta era esta chocita, y ahora está convertida en cenizas!” Por largo rato se quedó sentado, lamentándose y quejándose contra Dios.
Un par de horas más tarde decidió caminar hacia la playa, y al llegar a ésta se dio cuenta de que un barco se había detenido cerca de la isla. La nave había lanzado al agua una pequeña lancha en la cual venían dos hombres. Cuando llegaron a tierra, el náufrago les preguntó cómo habían logrado ver el trapo rojo que él sacudía, el mismo que tantos otros barcos no habían visto. El capitán, que era uno de estos dos hombres, le explicó que ellos tampoco habían visto ningún trapo rojo; pero que venían porque habían creído que el humo era una señal producida por alguien que pedía auxilio, y que con gusto estaban dispuestos a prestar la ayuda necesaria.
A veces, cuando nos encontramos postrados por alguna enfermedad o aflicción, como el náufrado, nos quejamos contra Dios porque aparentemente nos ha desamparado. Pero en más de una ocasión, la poderosa mano divina está justamente a punto de concedernos la ayuda que tanto necesitamos. Confiemos en Dios.
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