Dos esposos iban viajando cierto día, cuando de repente se detuvieron para observar a un pastor que conducía su rebaño hacia el redil al caer la tarde. Quedaron sorprendidos al ver la inmediata obediencia de los centenares de ovejas al llamado del pastor, y decidieron visitar el aprisco para observar las ovejas mientras descansaban.
Dentro encontraron al pastor leyendo un viejo y gastado libro, mientras el rebaño reposaba apaciblemente en su derredor.
Cerca de él había una manta sobre la cual yacía una oveja con una de las patas vendadas. Mientras el pastor leía su libro, acariciaba tiernamente la cabeza de la ovejuela enferma.
Este cuadro despertó instantáneamente simpatía en los esposos, y uno de ellos le preguntó cómo se había lastimado el animal.
“Esta era una oveja a la que le gustaba extraviarse, contestó el pastor. No obedecía a mi voz ni seguía por los senderos por donde yo conducía el rebaño. Solía vagar hasta encontrarse al borde del precipicio mismo, y frecuentemente llevaba tras sí a otras ovejas en su extravío. Cierto día, mientras vagaba, se perdió. La busqué varias horas en medio de una oscura y tormentosa noche, y sólo a la madrugada pude escuchar su desfalleciente lamento proveniente de un profundo precipicio.
Descendiendo por rocas ásperas y lugares peligrosos llegué al fin hasta donde estaba la oveja herida. La llevé en brazos al redil… Cuando se recupere, lo que espero sea pronto, esta oveja llegará a ser modelo en seguirme. Habrá aprendido la obediencia por medio del sufrimiento”.
Como la oveja herida, muchos de nosotros nos hemos extraviado del Pastor Divino hasta llegar a encontrarnos en el mismo borde del insondable abismo del pecado. Pero el buen Pastor tal vez ha permitido que nos sobrevenga alguna aflicción a fin de que en nuestro lecho de dolor podamos escuchar su tierna voz a medida que nos cura y restablece.
Dentro encontraron al pastor leyendo un viejo y gastado libro, mientras el rebaño reposaba apaciblemente en su derredor.
Cerca de él había una manta sobre la cual yacía una oveja con una de las patas vendadas. Mientras el pastor leía su libro, acariciaba tiernamente la cabeza de la ovejuela enferma.
Este cuadro despertó instantáneamente simpatía en los esposos, y uno de ellos le preguntó cómo se había lastimado el animal.
“Esta era una oveja a la que le gustaba extraviarse, contestó el pastor. No obedecía a mi voz ni seguía por los senderos por donde yo conducía el rebaño. Solía vagar hasta encontrarse al borde del precipicio mismo, y frecuentemente llevaba tras sí a otras ovejas en su extravío. Cierto día, mientras vagaba, se perdió. La busqué varias horas en medio de una oscura y tormentosa noche, y sólo a la madrugada pude escuchar su desfalleciente lamento proveniente de un profundo precipicio.
Descendiendo por rocas ásperas y lugares peligrosos llegué al fin hasta donde estaba la oveja herida. La llevé en brazos al redil… Cuando se recupere, lo que espero sea pronto, esta oveja llegará a ser modelo en seguirme. Habrá aprendido la obediencia por medio del sufrimiento”.
Como la oveja herida, muchos de nosotros nos hemos extraviado del Pastor Divino hasta llegar a encontrarnos en el mismo borde del insondable abismo del pecado. Pero el buen Pastor tal vez ha permitido que nos sobrevenga alguna aflicción a fin de que en nuestro lecho de dolor podamos escuchar su tierna voz a medida que nos cura y restablece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario