Cuéntase que uno de los monarcas de la antigüedad, con el afán de estimular a sus súbditos a vivir vidas buenas y puras, promulgó una ley en virtud de la cual disponía que a todo súbdito del reino que cometiese adulterio o fornicación se le quitasen ambos ojos.
Quiso la fatalidad que el propio hijo del monarca fuera el primero que infringiera la ley. Llegada la noticia a oídos del rey, éste pasó algunas horas de angustiosa incertidumbre sobre lo que debía hacer. Por una parte, sus sentimientos paternales´clamaban con toda la fuerza del corazón humano para que se perdonara al joven. Pero por otro lado esto no podía ser, puesto que en el imperio, una vez sellada la ley con anillo real, debía ponerse en efecto, sin tener en cuenta de quién se trataba.
Después de horas de angustioso conflicto el rey lanzó un suspiro de alivio, y escribió este decreto: “Las leyes de mi reino no pueden dejar de cumplirse. Cúmplase la ley en este caso. Esta exige dos ojos como castigo por la falta cometida. Quítese uno a mi hijo y otro a mí”.
El Monarca supremo del universo promulgó una ley que ha regido desde la eternidad y ontinuará en vigencia por la eternidad. No puede dejar de cumplirse. Es la base de su gobierno, y su falta de cumplimiento acarrea consecuencias inevitables.
Esa ley fue violada por el hombre. Este cometió “pecado”, que según la Palabra de Dios es transgresión de la ley”, y desgraciadamente, “la paga del pecado es muerte”.
El monarca antiguo ofreció pagar él mismo la mitad de la culpa, pero la Divinidad decidió hacerse cargo de todo el castigo por el pecado de los hombres; por eso dicen las Sagradas Escrituras que Dios “cargó en Cristo el pecado de todos nosotros”.
Quiso la fatalidad que el propio hijo del monarca fuera el primero que infringiera la ley. Llegada la noticia a oídos del rey, éste pasó algunas horas de angustiosa incertidumbre sobre lo que debía hacer. Por una parte, sus sentimientos paternales´clamaban con toda la fuerza del corazón humano para que se perdonara al joven. Pero por otro lado esto no podía ser, puesto que en el imperio, una vez sellada la ley con anillo real, debía ponerse en efecto, sin tener en cuenta de quién se trataba.
Después de horas de angustioso conflicto el rey lanzó un suspiro de alivio, y escribió este decreto: “Las leyes de mi reino no pueden dejar de cumplirse. Cúmplase la ley en este caso. Esta exige dos ojos como castigo por la falta cometida. Quítese uno a mi hijo y otro a mí”.
El Monarca supremo del universo promulgó una ley que ha regido desde la eternidad y ontinuará en vigencia por la eternidad. No puede dejar de cumplirse. Es la base de su gobierno, y su falta de cumplimiento acarrea consecuencias inevitables.
Esa ley fue violada por el hombre. Este cometió “pecado”, que según la Palabra de Dios es transgresión de la ley”, y desgraciadamente, “la paga del pecado es muerte”.
El monarca antiguo ofreció pagar él mismo la mitad de la culpa, pero la Divinidad decidió hacerse cargo de todo el castigo por el pecado de los hombres; por eso dicen las Sagradas Escrituras que Dios “cargó en Cristo el pecado de todos nosotros”.
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