Muchos vivimos con el oculto temor de que Dios está enojado con nosotros. En algún lugar, alguna vez, en alguna clase de escuela dominical o programa de televisión nos convencieron de que Dios tenía un látigo colgado del hombro, una paleta en el bolsillo trasero, y que nos va a dar con todo si sobrepasamos la línea.
¡Ningún concepto puede ser más equivocado! El Padre de nuestro Salvador nos estima mucho y solamente desea impartirnos su amor.
Tenemos un Padre que rebosa de compasión, un Padre tan sensible que sufre cuando sus hijos sufren. Servimos a un Dios que dice que incluso cuando estemos presionados y sintamos que nada nos sale bien, Él nos espera para abrazarnos, hayamos triunfado o no.
Él no llega a nosotros peleando ni forzando su entrada en nuestro corazón. Llega a nuestro corazón como un manso cordero, no como un león rugiente.
Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador,
Y grande en misericordia para con todos los que te invocan.
Salmos 86:5
Tomado del Libro Promesas Inspiradoras de Dios
Autor: Max Lucado
Editor Agenda de Dios: Oman Rímola
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