Mientras contemplaba a su joven hijo dormir tranquilamente, Tom meditó: Realmente soy un padre. Hasta que su hijo estuvo a punto de cumplir los nueve años, la idea de serlo no era algo nuevo. Lo novedoso fue su comprensión de la envergadura que representa el ser padre.
La revelación afloró con lentitud, pero una vez consciente de ello, Tom no podía apartarlo de su mente. Y meditando en la definición de padre, le fue imposible no remontarse a su infancia. Recordó a su padre recostado sobre la vieja camioneta Chevy de 1957, trabajando hasta altas horas de la noche para reparar el motor. Ya él había vencido una completa faena de trabajo, pero el motor de la camioneta necesitaba ser restablecido y nadie más podía hacerlo. Una segunda escena desfiló por la mente de Tom. Vio a su padre sentado a la mesa, comiendo en soledad una cena tardía. Eran cerca de las diez de la noche y finalmente él había llegado a casa, luego de su jornada de catorce horas de labor. Le vino a la memoria su padre, en una iglesia podando la hierba, recortando la cerca de setos y limpiando el lugar de las flores. Por encima de todo, en su padre se resumía el adjetivo responsable, y para Tom, saber que él era el ejemplo de su hijo, justamente como su padre lo fue para él, le hacía reflexionar en gran medida. Mientras Tom cerraba suavemente la puerta de la habitación, vinieron a su mente las palabras de Tomás More: El primer gran regalo que podemos obsequiar a otros, es un buen ejemplo. Como Tom y su padre, podemos ofrecer este presente a nuestros hijos cada día hasta el fin.
Prestaré atención al camino de integridad. Salmo 101-2
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