No todos los que comprometen sus vidas con Jesucristo serán llamados a la fama mundial. La mayoría de nosotros somos llamados a ejercer roles menos notables en nuestras iglesias, comunidades y familias. Sin embargo, sólo Dios conoce lo significante de ello para el futuro de miles, incluso millones.
Hace un siglo y medio, un humilde predicador vivió y murió en un pequeño pueblo en Leicestershire, Inglaterra. Allí trascurrió toda su vida, y jamás viajó lejos de su hogar natal. Nunca asistió a una universidad, no obtuvo títulos formales, pero sí fue un ministro fiel de su pueblo.
En su congregación había un joven zapatero remendón, a quien le dedicó especial atención, enseñándole la Palabra de Dios. Este joven era William Carey, quien más tarde fue proclamado como uno de los mayores misioneros de la era moderna.
El ministro también tenía un hijo, un chico al cual enseño, y animó con constancia. Su carácter y talentos fueron muy impactantes por la vida de su padre. Creció, y llegó a convertirse en el orador público más potente de aquellos tiempos Robert Hall. Fue admirado en gran medida por su carácter piadoso. Su predicación era poderosa y sus sermones influyeron en las decisiones de estadistas.
En apariencia, el pastor de la pequeña aldea logró muy poco, en el transcurso de su vida como predicador. No hubo avivamientos espectaculares, grandes milagros o un crecimiento significativo en la membrecía de la iglesia. Pero su fiel testimonio y su vida de piedad, tuvieron mucho que ver con entregarle a la India a Guillermo Carey, y a Inglaterra a su Robert Hall.
Cuando pienses que no causas impacto en el mundo, a través de tu enseñanza en la escuela dominical, o al visitar a aquellos recluidos en sus hogares, recuerda al pequeño predicador pueblerino que ejerció influencia en dos naciones, para la causa del Señor.
Cualquiera que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe;
y cualquiera que me recibe a mí, recibe al que me envió;
porque el que es más pequeño entre todos vosotros, ése es el más grande.
Lucas 9:47
Tomado del Libro Un Café Con Dios
Traducido al español por Gabriel Prada
Editor Agenda de Dios: Olman Rímola
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